Reflexiones Parroquiales

Un versículo: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados”
Un comentario postal: Jesús al bajar de la barca, junto con sus discípulos, se acercó a la gente que lo buscaba y que andaban “como ovejas sin pastor”. Es en este momento cuando el Maestro lleva a cabo el episodio de la multiplicación de los panes y de los peces en la otra parte del lago de Galilea. Actualmente cuando uno peregrina a Tierra Santa, una de las paradas obligadas junto a la ciudad de Cafarnaúm es Tabgha, lugar donde según la tradición tuvo lugar el milagro, y cuyo templo sufrió graves daños el pasado mes de junio debido a un incendio cuyas causas se deben al odio religioso.
Sin duda, se trata de un relato evangélico importante que es presentado por los cuatro evangelistas, y que en este ciclo leemos según el evangelio de San Juan que, a diferencia de los evangelios sinópticos, añade un discurso al finalizar el signo. La Iglesia en su liturgia ofrece a la comunidad cristiana la posibilidad de escuchar este largo pasaje, denso y significativo, que nos orientará durante cinco domingos seguidos y nos hará profundizar sobre Jesús, pan de vida.
¡Qué importante es tener la mirada y el corazón de Jesús! Se da cuenta de que la multitud que lo seguía estaba necesitada de su palabra y del alimento material. Para Jesús las necesidades que sufren y padecen los demás no le dejan indiferente. No mira hacia otro lado. No echa balones fuera. No se excusa ni presenta pretextos, como los apóstoles Felipe y Andrés. Él busca soluciones que remedien el problema que se le presenta, y estas soluciones nunca pasan por ser individuales, sino comunitarias, donde cada uno ofrece lo poco o mucho de lo que dispone.
Jesús apuesta por el camino de la solidaridad y el compartir, y nos pide, y de camino enseña, que nos movamos por sentimientos de verdadera fraternidad y colaboremos con él aportando de modo voluntario y generoso “nuestros” cinco panes y dos peces. No importa lo poco que podamos ofrecerle. No hay que guardarlo egoístamente. Crecemos cuando compartimos lo que tenemos, aunque parezca muy poco. Él quiere que lo demos con alegría, porque sabe que es posible la solución si se comparte. Para Dios nada hay imposible, y debemos confiar en Él que siempre puede obrar el milagro. Aquel día la multitud se sació e incluso llenaron doce canastas con el pan que sobró, y es que cuando se comparte, resulta que hay para todos, y además hasta sobra abundantemente.
Un símbolo: Unas manos partiendo una hogaza de pan.
Una pregunta: ¿Renunciarías a lo tuyo, como por ejemplo, tus gustos, tus caprichos, tu tiempo, tus cosas, etc., para poder atender las necesidades de los otros?


Un versículo: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”.
Un comentario postal: Tras la misión propuesta por Jesús, los apóstoles enviados de dos en dos a evangelizar, regresan cansados de esa primera experiencia evangelizadora por los pueblos y aldeas cercanas al lago de Galilea, y le cuentan al Maestro “todo lo que habían hecho y enseñado”. Los enviados vuelven a quien los envió y dan razón de su actuación. Seguramente, Jesús escucharía con mucha atención las palabras de los discípulos, acogiendo todo lo positivo que conlleva una experiencia de ese estilo en el que se conjugan las palabras con los hechos, y en las que se mezclarían también el éxito con el fracaso. Aprendamos de los apóstoles a saber acudir a Jesús para contarle cómo nos ha ido en nuestra vida y en la tarea que Él nos ha encargado. Tanto nuestra predicación como nuestras acciones tienen que estar impregnadas de evangelio, de compasión, de autenticidad. Han de ser un fiel reflejo de Jesús. Nos ayudará mucho a recordar nuestra condición de discípulos y testigos, y nos hará crecer y madurar en nuestra vida cristiana.
Y tras la acogida y la escucha de Jesús, unas palabras muy expresivas y llenas de sentimiento humano: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Aquel que en un primer momento los envía a la gente, les invita ahora a apartarse de ella, a retirarse a un “lugar desierto”. La labor evangelizadora y el descanso necesario nos ayudan a ser más eficaces en el anuncio del Reino. Jesús lo sabe y programa un tiempo de descanso con sus apóstoles, para evitar el agobio y la excesiva actividad.
Estas palabras de Jesús escuchadas en este tiempo de verano, donde ya hay gente disfrutando de unas merecidas vacaciones y otros están a punto de cogerlas, nos hace caer en la cuenta de la importancia que es el adecuado descanso en nuestra vida personal, laboral y apostólica. No somos máquinas, sino personas. Es imprescindible el descanso para el equilibrio, pero no cualquier tipo de descanso lo consigue. Este tiempo se presenta como una oportunidad para la recuperación física y psíquica, para revisar y evaluar nuestra vida, para mejorar nuestros servicios y quehaceres, para estar a solas con Jesús en una relación más personal, para reforzar nuestra espiritualidad. Un descanso que reconforte toda nuestra persona, nuestro cuerpo y nuestro espíritu.
Sin embargo, rompe los planes previstos de descanso el encuentro de Jesús con la multitud que le busca. Su reacción, como buen pastor, es la compasión y la misericordia. Comenzó a enseñarles “con calma”. El Señor no tiene prisas, ni se molesta. A Él le importa la gente, por eso, interrumpe su descanso. Lo primero es lo primero. Aprendamos también a “saber perder el tiempo” como Jesús.
Un símbolo: Unas sombrillas y unas hamacas
Una pregunta:¿Vives el tiempo de vacaciones también en clave religiosa?


Un versículo: “Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos”
Un comentario postal: Tras el chasco que se llevó Jesús ante la incredulidad de sus paisanos de Nazaret, Jesús no solo no se echa a atrás, sino que reacciona llamando y enviando al grupo de los Doce “apóstoles” (= enviados) para que colaboren con él en su proyecto de anunciar y hacer presente el Reino de Dios. Desea asociarlos a su misma misión, por eso les otorga su misma autoridad y poder. Jesús elige y envía a la misión al grupo de apóstoles que ha seguido a Jesús por los pueblos y aldeas de Galilea, siendo testigos de su actividad, de sus palabras, de sus enseñanzas y de sus curaciones milagrosas.
se acabo de cualquier manera, de ahí que él mismo ofrece una serie de consejos y consignas a tener presente por parte de los apóstoles, que deberán evitar siempre predicarse a sí mismo, así como sus propias ideas y opiniones. Al igual que hay señales de tráfico que nos indican la obligación de circular en una dirección u otra, y no podemos pasar por alto su indicación, así también hemos de tener presente en nuestra vida cristiana que no podemos circular por el mundo haciendo caso omiso a las palabras, enseñanzas y recomendaciones del Maestro.
Jesús los envía “de dos en dos”, subrayando así la importancia de la solidaridad entre los discípulos misioneros. No somos enviados de forma solitaria y aislada, sino de modo organizado y comunitariamente. Y además no hace falta que llevemos mucho equipaje. Todo lo contrario. Para evangelizar Jesús resalta la necesidad de vivir un estilo austero y pobre (un bastón, unas sandalias y un manto), actitudes fundamentales para tener la suficiente disponibilidad y desprendimiento para un anuncio rápido y eficaz del Reino. Los lujos y seguridades materiales nos alejan siempre de Dios, en tanto en cuanto nos separan de la confianza y de la fe en Dios, que nunca hay que descuidar.
Aquella fue, sin duda, la primera misión de la historia del cristianismo, un verdadero prólogo de la actividad misionera de la Iglesia, recibida por el Señor en el momento de la Ascensión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda criatura” (Mc 16,15). Todos somos ahora enviados como misioneros –no nos autoenviamos-, y es toda la Iglesia la que continúa la obra salvadora de Cristo. Y Jesús quiere que “tú y yo” llevemos a cabo su misión evangelizadora, renunciando a lo que no sea estrictamente necesario, desde la humildad, la sencillez y la debilidad, para que no se nos olvide nunca que es ahí donde se manifiesta su poder y su fuerza.
Un símbolo: Una señal de tráfico.
Una pregunta: ¿Sientes como cristiano que es Jesús quien te envía a anunciar el Evangelio?


Un versículo: “Nadie es profeta en su tierra”.
Un comentario postal: Jesús anuncia incansablemente el Reino de Dios por todos los pueblos y aldeas de Israel, y llega un momento en que también lo hace en su pueblo, en la sinagoga de Nazaret. Los habitantes de este pequeño pueblo, vecinos y parientes, escuchan a Jesús, y resulta que no sólo no le reconocen como el Mesías o un profeta de Dios, sino que desconfiaron de él y lo despreciaron. Duda, incredulidad y decepción ante ese paisano carpintero que les asombra por su sabiduría y milagros, pero al que rechazan frontalmente al estar cegados y paralizados por su falta de fe.
Y Jesús, dijo con dolor y tristeza estas palabras que todos conocemos: “No desprecian a un profeta más que su tierra, entre sus parientes y en su casa”. En Nazaret no pudo realizar signos ni gestos salvadores, sólo curó a algunos enfermos, “y se extrañó de su falta de fe”. ¡Qué esto no ocurra con cada uno de nosotros! ¡Qué Jesús no se sorprenda de nuestra incredulidad y de nuestra falta de fe! ¡Qué descubramos y aceptemos siempre la manera sencilla y humilde que tiene Dios de revelarse y manifestarse a nosotros!
A nosotros nos puede resultar chocante la actitud de rechazo a Jesús, y seguramente nos preguntamos: ¿cómo es posible que no se adhieran a su mensaje de salvación y de vida? ¿por qué son tan escépticos a su enseñanza? ¿por qué no lo siguen? Pero, como dice el sabio, no hay nada nuevo bajo el sol, y la historia se repite. Los cristianos que hemos crecido y vivimos en un ambiente de tradición católica corremos el riesgo de filtrar o rebajar el mensaje de Jesús y su misma presencia para adaptarla a nuestra situación actual, de encasillar lo que sabemos y conocemos de Jesús para controlarlo y manipularlo. Es una tentación que puede sobrevenirnos en cualquier momento de nuestra vida: endurecer nuestro corazón a la presencia de Dios al que vemos tan sorprendentemente cercano y cotidiano, cerrar el paso al Espíritu Santo que desea transformar nuestras vidas. Santa Teresa de Jesús lo expresó con estas palabras: “Dios está entre los pucheros”. Es decir, Él está a nuestro lado, con una descarada y apabullante naturalidad, aunque sólo accesible a los que, con ojos de fe, lo reconocen si oponer resistencias y excusas ni levantar muros y trincheras, en esas actividades que ocupan cada una de las horas de nuestra jornada diaria.
¡Seamos alegres testigos de Jesús, el carpintero de Nazaret, el hijo de María y de José, que nos revela el rostro humano de Dios y su palabra llena de amor y de vida!
Un símbolo: Cartel de entrada en la ciudad.
Una pregunta: ¿Percibes por tu condición de cristiano que eres rechazado por los que te rodean?


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