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Crónica en la solemnidad de Pentecostés

Con la solemnidad de Pentecostés se culmina este tiempo de Pascua de Resurrección. Han sido cincuenta días de alegría y de gozo en la Iglesia por el misterio pascual de Cristo.

La tarde del sábado tuvo lugar, al finalizar la Eucaristía, una Vigilia de Oración de Pentecostés. En la Iglesia hay tres vigilias principales. La más importante de todas es la de Pascua de Resurrección. Después le siguen la de Pentecostés y la de Navidad. Jesús resucitado deja su Espíritu y la Iglesia naciente inicia una nueva etapa. Pentecostés no es una fiesta aislada. Jesús se nos regala, se hace don en forma de Espíritu.

En la oración se leyeron los textos bíblicos de la torre de Babel (Gn 11, 1-9), de la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente el día de Pentecostés (Hch 2, 1-4), y el pasaje de San Pablo sobre los frutos del Espíritu (Gál 5, 16-25).

Acompañados, durante toda la vigilia, por el soporte de unas hermosas imágenes proyectadas sobre la pared del templo, se reflexionó sobre cómo el mundo de hoy reclama y necesita personas que lleven palabras y mensajes de vida, palabras nuevas, palabras de Pentecostés, y no palabras de desunión y de muerte, palabras de Babel.
Las peticiones que se presentaron a Dios, de modo libre y espontáneo, estuvieron acompañadas del símbolo del incienso, como gesto que expresaba que nuestra oración se dirige al Señor y se eleva hasta Él como el olor agradable del incienso.

Durante la vigilia dirigimos todos a Dios Padre esta invocación al Espíritu Santo: “Padre, envíanos tu Espíritu para que nuestros miedos no nos puedan, para que nuestra ilusión no decaiga, para que nuestro cansancio no nos paralice, para que nuestra libertad crezca, para que nuestra valentía no se esconda, para que nuestra luz brille siempre y todos te reconozcan a ti Dios, Creador y Salvador.

Envíanos tu Espíritu como un nuevo Pentecostés, y podamos proclamar que vive en fraternidad, en solidaridad, en comunión, en diálogo, en búsqueda, en verdad, en libertad, en silencio íntimo, en intimidad contigo. Envíanos tu Espíritu.

Ven, Espíritu Santo, sé nuestro perfume, nuestra alegría secreta, nuestra fuente inagotable, nuestro sol y nuestra hoguera, nuestro aliento y nuestro viento, nuestro huésped y consejero. ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven Espíritu amigo! ¡Ven!”.

Asimismo en la celebración eucaristía de Pentecostés, a las 12:00 horas, se hizo entrega a María Jesús Vidal Pérez, que el Domingo anterior fue recibida como Virgen Consagrada por el Sr. Obispo D. Rafael Zornoza, en la Catedral de Cádiz, de una pequeña imagen de la Inmaculada Concepción, como obsequio que la comunidad parroquial ha querido tener con ella, sabiendo de su profunda devoción hacia la Virgen María y de la importancia que ha tenido a lo largo de toda su vida.

Con gratitud María Jesús dirigió unas sentidas y afectuosas palabras a la comunidad por este regalo y por todo lo recibido en este tiempo. La comunidad, a su vez, le respondió con un cariñoso y alegre aplauso.
El Espíritu Santo es el aliento y el oxigeno de nuestra vida cristiana, y necesitamos ser dóciles a sus inspiraciones, viviendo según el Espíritu de Dios, que siempre da el tono justo y la calidad necesaria a nuestra vida, y se manifiesta en multitud de carismas y dones.